Un albañil en paro reúne una colección paleontológica de miles de piezas


Hachas de piedra, puntas de flecha y de lanza, agujas de hueso, abalorios, dientes de jabalí y piezas de sílex labradas forman parte de esta colección junto a fósiles de ostras gigantes y docenas de dientes del tiburón gigante del Mioceno denominado “megalodón”, de veinticinco metros de longitud.
González Blanco ha dicho a Efe que está convencido de haber hallado los terrenos que son “el colmo de un paleontólogo”, los de un poblado neolítico cuyos habitantes reutilizaban los fósiles y las piezas del Mioceno como abalorios y como herramientas, ya que, afirma con seguridad, en las proximidades de Marchena el hombre de la Edad de Piedra no disponía de otros materiales duros y cortantes, por ausencia de rocas.
La colección integra docenas de piezas taladradas que se utilizaron como adornos, desde conchas de almeja fosilizadas hasta vértebras de tiburones arcaicos igualmente taladradas por el centro para ser ensartadas.
González Blanco, autodidacto capaz de conversar durante horas con los paleontólogos y arqueólogos que han acudido a visitar su colección, ha decidido darla a conocer públicamente porque ninguna institución presta atención a sus hallazgos.
Según su relato, lo más que le han dicho es que no coja más piezas del campo porque las “descontextualiza”, pero él, que ha ido adquiriendo conocimientos a medida que engrosaba su colección, leyendo manuales de paleontología, monografías sobre fósiles y recabando información en internet, asegura que “el contexto no existe”, puesto que encuentra todas los restos en tierras de labranza y en escombreras.
El coleccionista muestra con orgullo fósiles de estrellas de mar que “hubieran ido a la hormigonera” si él mismo no lo hubiera impedido en los años en que tuvo trabajo como albañil.
De hecho, su afición a los fósiles, que ha cultivado desde que era un niño, le ha ayudado a afrontar y superar con éxito problemas personales con su particular sistema de búsqueda: largos paseos acompañado por su perra “Linda” por el entorno de Marchena después de cada chaparrón, en cuanto cesa la lluvia.
Esos paseos y una vista capaz de distinguir una pequeña lasca de hueso fosilizada entre los restos de una escombrera o un diente de tiburón entre las piedrecillas de una vereda son las únicas herramientas de González Blanco, quien asegura que jamás ha pensado excavar ni emplear un detector de metales; de hecho, sólo hay una pieza metálica en su colección, una punta de flecha de bronce que también halló a ojo.
González Blanco asegura que su intención es donar su colección, que la emplee la ciencia y la disfruten los escolares -si es en su pueblo, mejor, para que sus vecinos conozcan una historia que va desde la Edad de Piedra a los remotos tiempos en que la actual Marchena estaba cubierta por el mar-.
También dice no haber vendido nunca una pieza, ni de los muchos fósiles de varias docenas de especies distintas de amonites que posee, pese a que su situación económica es precaria al no percibir ninguna ayuda y ser desempleado de larga duración.
Y se lamenta de que nadie le hace caso, ni siquiera en su Ayuntamiento, salvo cuando hace unos años le enviaron a un funcionario municipal para que, con un ordenador y una cámara fotográfica, tratara de catalogar la colección, tarea que quedó inconclusa ya que no registraron ni medio millar de piezas. EFEverde
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Fuente: Agencia EFE Futuro
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